Os voy a compartir una historia muy bonita, nos invita a tener una reflexión de compartir. Esta es la experiencia real de Stephen R. Covey, el llamado Sócrates americano. Y esto es lo que paso cuando en el cumpleaños de su hija, ella no quiso compartir sus juguetes nuevos con sus amigos.
Stephen R. Covey, utilizó cinco estrategias diferentes para cambiar la situación y que su hija compartiera. Pero ninguna de ellas le funcionó. Se olvidó la más importante y eficaz:
Cambiarse a si mismo para cambiar la situación. Y para ello, el primer cambio importante es nuestra forma de mirarlo.
Y lo aprendió cuando varios padres y madres estaban presenciando aquel despliegue de egoísmo de su hija. Quiero que te imagines a el padre de la niña, Stephen, doblemente turbado. Cursos universitarios de relaciones humanas. Conocía o por lo menos intuía, las expectativas de aquellos padres.
La atmósfera estaba realmente cargada. El padre de la niña pensaba: “no hay duda de que tengo que enseñarle a compartir. El valor de compartir es una de las cosas más básicas en las que creo”.
Reflexiones para compartir
Primero, el padre empezó con una petición para que su hija aprendiera a compartir
“¿Compartirías con tus amigos los juguetes que te han regalado?”.
No, le dijo su hija.
Segundo, el padre intento Razonar, para que su hija aprendiera a compartir
“Si aprendes a compartir tus juguetes con ellos en tu casa, en las casas de tus amigos compartirán los juguetes contigo”
No, le dijo su hija.
Stephen se sentía más avergonzado. Evidente que no podía ejercer ninguna influencia.
Tercero, el padre intento con el Soborno, para que su hija aprendiera a compartir
“Si los compartes, tendrás sorpresa especial. Te daré un chicle.»
No, le dijo su hija.
Padre exasperado.
Cuarto, el padre intento con el Miedo y la Amenaza, para que su hija aprendiera a compartir
“Si no los compartes, vas a tener problemas!!”
Respuesta: ¡No me importa! Estas son cosas mías ¡no las tengo que compartir!. Le dijo su hija.
Quinto, intento con la Apelación de la fuerza
El padre de la niña cogió algunos de los juguetes y se los entregó a los otros chicos “tomad, chicos, y jugad”, les dijo.
¿Consiguió que compartiera su hija? Parece que algo sí, pero ¿a qué precio?
Si Sthepey pudiera retroceder la misma situación, lo haría de otra manera porque cambió su forma de verlo.
Ahora pondría en práctica sus nuevos aprendizajes. Entonces, si después de tratar de razonar con su hija y verificar que no quería compartir, habría desviado la atención de sus compañeros hacia otro juego interesante, eliminando así toda aquella presión emocional que se volcó sobre ella.
Sabiendo ya que no todos los momentos son para enseñar, sobre todo, cuando las relaciones son tensas y el aire está cargado emocionalmente, hablaría con ella a solas, con tranquilidad. Sólo podrá discutir juntos la enseñanza o valor del compartir, si conecta con su sentir y en momentos de buena relación. Si no, ese enseñar, es percibido como un juicio y rechazo.
Ya no le daría más importancia a la opinión que los otros padres tuvieran de él y menos antes de la necesidad de su hija y de su relación. Tampoco se llenaría de su razón pensando en que se estaba equivocando al no compartir.
Ya no recurriría a la fuerza de su posición y autoridad para obligarle a hacer lo que quería que hiciera, sino que brindaría paciencia y comprensión sobre el acto en sí, porque ahora sabe lo difícil que es para ella el compartir.
Y es que recurrir a la fuerza genera debilidad. Debilita a quien la recurre (padre). Además, refuerza la dependencia de factores externos para conseguir que las cosas se hagan.
Y yo deseo que tu hija con una situación parecida resulte fortalecida y no debilitada. No quiero que se sienta obligada a asentir. Tampoco que no desarrolle su razonamiento independiente, ni su propia disciplina interna.
Tampoco deseo que el miedo reemplace a la cooperación y vuestra importante relación se debilite.
Tu hija te necesita para poder desarrollar todo el potencial que trae de serie. Y tú, con tu conocimiento y tu forma de mirar, le puedes ofrecer lo que necesita para ese florecer de su interior.
Sólo así llegará al pleno crecimiento incluyendo grandes valores, entre ellos el compartir. Todo ello, con tu cambio de ser, con tu cambio en el hacer. Y todo empezó en el cambio de tu mirada, que transformó su pensamiento y su actuación.
¿Te animas a poder mirarlo de otra manera? Pruébalo, no pierdes nada y ganas mucho. Dime qué prefieres, ¿que tu hija comparta desde la libertad o desde la obligatoriedad?
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Qué interesante todo lo que cuentas, Yolanda. Te animo a enfocar y escucha conectivamente. Y por enfocar quiero decir en centrarte en mirar detrás de la conducta, en ese sentimiento que la promovió. Y si además miras de forma lo más limpia posible, como si fuera una persona nueva, de forma objetiva y comprensiva, la alejas de un posible juicio e interpretación adulta. Así, pones en práctica una escucha activa que conectarás con tu hijo. Lo evidenciará su cambio de actitud, más tranquilo y más relajado. Y será el inicio de la cooperación.
Todo un gran cambio que te animo a ponerlo en práctica. Un gran abrazo.
Hola Amaia!
Me quedo con hablar con tranquilidad conectando con su sentir tratando d que no sienta rechazo ni juicio. Lo recojo no solo para el compartir sino para otros momentos. Pues al leerte me doy cuenta de que muchas veces al hablar con mi hijo de algo que ha hecho no adecuado, se suele sentir molesto y yo le suelo decir » que poco te gusta escuchar lo que no quieres» o «veo que no.le gusta q te ponga tal límite u otro»……y lo q me doy cuenta al leerte es que quizás sea mi forma d ponerle ese límite o de decirle las cosas no sea la más correcta, porque el lo suele vivir así, desde el juicio o rechazo . Aunque yo no lo diga desde ahí, a él le llega eso, entonces debo mirarmelo para que le.llegue desde la comprensión y el amor y se produzca el aprendizaje que le ayude.
Gracias Amaia por aportarme está nueva visión que me ayuda a darme cuenta de mis errores y de mis aciertos también para seguir aprendiendo. Un abrazo enorme!!