No es la primera vez que escribo sobre como diferenciar las ayudas para quedarnos con las verdaderas. Sigo incidiendo en ello por la gran dificultad que conlleva diferenciarlas y ponerlas en práctica diferenciando aspectos fundamentales como son, la culpa, egocentrismo, inseguridad y otras emociones que se pueden mezclar que no ayudan a esta diferencia. Te lo explico con un ejemplo verídico. 

Conversando con mi pareja, me contó un suceso que había pasado o que había escuchado de no sé donde. Desconozco el lugar exacto ni he contrarrestado la información. Yo me quedé con los datos del comportamiento humano, que es lo que me apasiona. 

Como mínimo, dos personas estaban en un accidente. Una de ellas muy grave. La otra, llamó rápidamente al 112 y después de describir lo sucedido, le indicaban que no le moviera, que esperara a que llegaran la ambulancia. 

Yo me pongo en la piel de esa persona acompañante, en la que los segundos y minutos parecieran horas interminables. Se me ponen los pelos de punta con sólo pensarlo y a mí me resultaría de gran dificultad esa espera y esa confianza que se requiere acompañar.  Lo más sencillo que suele resultar, al menos a mí, es compensar esa sensación de no ayuda que nos puede alimentar la culpa hasta que ya, a punto de saciarla, comenzar a actuar para compensarla. 

Y eso pasó. Que, aunque parece que llegaron pronto los sanitarios, no aguantó esa sensación de aparente “no ayuda” desde el acompañamiento y la espera. Actuó desde sus ganas de ayuda, moviéndole y metiéndole en un coche para llegar antes a un hospital. Al realizar movimientos en su columna y cuello, afectó a su movilidad como consecuencia de una lesión medular que sufrió en el accidente. Desconozco si era paraplejia, tetraplejia o lo que la afectación concreta. 

Sin pretender crear un debate moral, que ya bastante tienen ambas personas y dejando claro que la actuación es desde la buena intención, quiero rescatar la esencia de este hecho en la vida cotidiana con las familias para tener claro cómo podemos ayudar a los hijos. Falsas o verdaderas ayudas, es la cuestión. 

Verdadera ayuda es cuando…

Cuando ponemos el foco de atención en lo que ayudamos desde el acompañamiento, desde la no intervención, desde la espera, desde la escucha. No hacer lo que puede hacer el otro y asumir sólo lo que me corresponde. El foco de atención está en dar valor a estas grandes acciones que pueden resultar invisibles. 

Falsa ayuda es cuando….

Cuando nos movemos de forma impulsiva, cuando sólo nos centramos en la acción visible como forma de ayuda. Desde aquí, desde el foco en el hacer, en sentirme yo bien. No podemos entendernos, ayudarnos, ni escucharnos. Es cuando interferimos en procesos importantes que está realizando los hijos sin diferenciar el momento ni la forma de intervenir con respeto. 

Y sé que es una actitud que tiene su gran dificultad. Lo veo en muchos momentos en mi misma, cuando sigo aprendiendo a esperar a gusto, lo que llamamos la paciencia, almacén a seguir construyendo, y también lo veo en las familias a las que acompaño. 

Cuando podemos dar valor a acompañar, escuchar, sostener una emoción incómoda, podemos ofrecer la mejor ayuda a tu hijo e hija para favorecer su desarrollo y relación con ellos. Y sí, es un proceso a veces algo invisible a los ojos no acostumbrados a mirar, si no lo entrenamos. 

Y para conseguir enfocar esta mirada hacia las verdaderas ayudas, necesitas:

  • Conectar con tu hijo, meternos en su piel y al mismo tiempo, tener cierta distancia para no hacer mío lo que no me corresponde. 
  • Confiar en sus posibilidades, 
  • Presente y disponible. Estar al lado para que puedan recurrir a ti cuando lo necesitan, 
  • Dejarles la parcela de protagonismo de su propia acción, 
  • Acompañarles en su frustración para que la puedan transformar sin quererles evitar pasar por ese momento de malestar. 
  • Entrenamiento diario y constante. 

Como conclusión de una verdadera ayuda, es la que tiene en cuenta a la otra persona y a uno mismo. Tener consciencia de mí, desde mi seguridad, confianza, mi propia valía construida, mirar a la otra persona para identificar lo que necesita, lo que le favorece para desarrollar todo su potencial. Yo me ayudo aprendiendo de ti y contigo para no rebasar las líneas que diferencia una verdadera y falsa ayuda. 

Cierro con otro ejemplo que vi hace tiempo y tanto aprendí, que refleja lo que he querido transmitir. Fue al ver buen hacer de una persona al ver a una persona discapacitada que estaba moviéndose de su silla de ruedas para conseguir sentarse en otra silla por si misma con una tenacidad que yo estaba admirando. Una persona con una gran intención, le agarró fuertemente y le colocó rápidamente en la otra silla. La persona discapacitada, con mucha firmeza y amor, le paró en seco y le dijo: “Me falta movilidad, pero no me falta voz para pedir ayuda si lo necesito. No quiero que nadie me ayude sin mi permiso. Así no lograré encontrar la mejor manera para cambiarme de silla”. Gran aprendizaje de una verdadera ayuda. 

Así que con este artículo te invito a: 

  • Escuchar antes de hablar. 
  • Parar antes de actuar. 
  • Acompañar y ofrecer ayuda por ejemplo: “¿Necesitas ayuda? ¿Cómo te puedo ayudar para que tú lo consigas?” 
  • Actuar con mucha atención a las formas para mantener la actitud activa y la voluntad de tu hijo e hija siempre alimentada. 
  • Esperar y mirar como lo hace. 
  • Mantener el protagonismo de la acción en la persona responsable del asunto. No acabes haciéndolo por él y dejes que la inactividad y pasividad se alimenten. 

Claves fundamentales que es urgente modificar para que la autoestima de nuestros hijos, el desarrollo de su propia valía, la relación sana entre padres e hijos, la propia motivación vaya en aumento y sea de una manera positiva beneficiosa para todos. 

Si sientes que necesitas afinar en la forma de ayudar a tu hijo menor de 14 años, te invito a conversar en una sesión de valoración gratuita para crecer con y de tu hijo y generar el bienestar. Busca tu hueco aquí. 

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