¿T e ha pasado alguna vez que ante una conducta desagradable de tu hijo, tu enfado ha empezado a crecer y crecer sin saber cómo pararlo?
¿Quieres salirte del uso de los castigos y similares para limitar con firmeza y amor, pero sientes que este enfado se te apodera y no puedes hacerlo como querías?
En este artículo descubrirás cómo poder comenzar el primer paso, que no por ello deja de ser valioso, para que no se te apodere este enfado y empezar a quitaros tu y tu hijo el malestar que esta situación os conlleva.
Nada de seguir acumulando residuos emocionales heridos. Comenzamos la reparación.
Ahora quiero que te pongas en situación.
Comienzo a relatarte una historia que te has podido convertir en presa de tu propio enfado.
Suponte tu hijo está jugando con otro compañero en el parque. De repente, le da un tortazo por lo que fuere. Te acercas y le dices que no le pegue. Das un voto de confianza creyendo que no lo va a volver a hacer, pero de nuevo lo repite. No sólo una vez, sino varias veces después. Además, después de pegar, busca tu mirada para comprobar que ha sido o no visto. Lo vives como una provocación y tu irritación va a más.
Tu enfado empieza a crecer y crecer. Solo quieres que deje de pegar al otro. Las opciones que más rápidas te vienen a la cabeza son frases y acciones parecidas a: “nos vamos a casa”; “te quedas sin…”, no sé, algo en el que sientes que debes hacerle algo de dolor de alguna manera, para que aprenda que eso no quieres que haga.
Sientes las ganas de usar el castigo, amenaza, miedo o similares, aunque sea suavecito, porque ya no sabes qué hacer para limitar esa conducta. Pero no lo quieres utilizar. Te vas sintiendo desbordada e impotente.
Bueno, el ir a casa tampoco es tan grave. Lo ves hasta una versión light de la situación, que quizás no sea tan dañina.
Y ahí estás, debatiéndote en qué poder hacer mientras para colmo, sientes el peso de otras miradas que se clavan en tí. Los padres del otro niño están presentes y se empiezan a inquietar. Y ya tu mente queda atrapada por pensamientos negativos de ti misma: “se están molestando conmigo” “parezco una mala madre que no puede parar esta situación” “mi hijo es un pegón”, etc.
Por un momento, desearías ser otra madre que observa esa escena con otro niño que no fuera el tuyo. Pero no, es tú hijo y sigue pegando y quieres ya desesperadamente un «párate ya como sea». Me encuentro atrapada en un callejón en el que no encuentro salida. No quiero utilizar un claro castigo, pero tampoco consigo limitar esa conducta de mi hijo. No puedo permitir que haga daño a otro y no sé como hacerlo sin enfadarme de esa manera.
Tu hijo más enfadado por no tener la ayuda que necesita, y tu enfado creciendo como corcho que sale de una botella de champán. Dos malestares interiores en aumento.
Se te han quitado las ganas de seguir en el parque y te sientes, además de agotada, angustiada. Pero aparece un momento de tregua. Llega desde la distracción. Un nuevo juguete muy atractivo aparece con otro niño. Tu hijo cambia rápidamente el lugar de juego. Se acerca a ese nuevo compañero. Parece que todo va bien, pero aprovechas esa momento para iros a casa, mucho antes de lo previsto.
Sientes que no tendrías fuerzas para poder volver a vivenciar esa escena parecida. Estás muy decepcionada y muy dolida contigo misma, pero sobre todo con tu hijo. Sólo te sale ese enfoque de tu enfado: miras hacia tu hijo. Y eso se traslada a reaccionar fríamente hacia él, con miradas que lo transmiten y lo diriges hacia lo que ha hecho.
Sientes una barrera que te impide acercarte a tu hijo.
Una vez en casa, llega el final del día. Sigues agotada. Tu cansancio no se recupera del todo pero el sol vuelve a salir. Deseas hacer un “reseteo” de la situación para borrar lo sucedido y sentido. Pero los contadores no logran ponerse a cero.
Sientes que se va acumulado más cansancio y malestar. Sabes que no son buenas combinaciones y quieres encontrar alguna solución. Algo de aliento. Así que comienzas a pensar que, a todos nos pasa, que la solución puede venir en aumentar la paciencia y similares, como forma de agarrarte a algo que te pueda reconfortar tu malestar. Quizás rescatar un poco de dosis de orgullo al ver como logro que por lo menos, no llegaste a utilizar el típico castigo que con tantas ganas habrías hecho. Algo de coherencia a tu decisión y creencia puede animar un poco.
Sí, quizás algo te ayuda, pero sabes que en el fondo se queda una gran preocupación. Al final sientes que no encontraste una manera eficaz para limitar o comienzas a dudar si lo habrías conseguido sólo con el uso de un castigo. Desde este enfoque sientes que te habría evitado ese derroche de energía que me supuso controlar esa fuerte reacción que me salía desde dentro: castigar y tortazo.
Entre tanta reflexión en el nuevo día, una escena parecida aparece. ¡No por favor! ¡Otra vez no! Los automáticos de ese dolor y enfado salen rápidamente. La desconfianza y desesperación crecen. De nuevo eres presa de tu enfado.
¿Te suena esta situación? O bueno va, a tí no te ha pasado pero ¿a otra persona que has visto?
En este ejemplo suceden varios asuntos. Pero hoy quiero centrarme sobre todo en uno. Puede parecer algo simple, pero realmente no lo es. Tanto es así, que sin este paso, los demás asuntos no pueden ser llevados a la práctica con eficacia.
Hoy quiero que puedas empezar a mirar de otra manera y desde otro lugar.
Hasta ahora, lo has hecho como has podido porque con esa forma de enfado, es como si tuvieras un gran pulpo pegado a tu cabeza y como ya te imaginarás, entre pata y pata, tu visión esta limitada.
Este pulpo representa a tu enfado.
Quiero que también puedas mirar a tu pulpo, no como un enemigo ajeno que te ataca, sino como un aliado que te acompaña.
Son los primeros pasos para convertirte en «domesticadora de pulpos». Cuanta más información de qué son, cómo se mueven, qué debilidades tienen, qué comen, dónde se adhieren mejor sus patas, más preparada estarás para gestionarlo.
Sé que queda mucho por hablar sobre la forma de manejar tu misma tu propio pulpo, tu propio enfado. Pero comencemos poco a poco. Te espera en próximos artículos, una actividad para seguir con ello. El pulpo se convertirá en una ropa a guardar en tu propio armario.
Ahora sigamos con este primer paso. Deja de luchar CONTRA él y busca la manera de luchar CON él. Conseguirás más fuerza para conseguir apartar las patas que te limitan la mirada.
Es entonces cuando tu enfado deja de crecer.
Una vez que puedas tomar a este enfado como parte tuya, lo puedes ver y saber dónde está. A mayor conocimiento, más posibilidades te dará de diferenciarlos de otros pulpos.
Recuerda que tu hijo también tiene otro pulpo pegado en su cabeza. Por lo tanto, si sabes dónde están las patas de tu propio pulpo, sabrán si están enredadas o no con las patas de otro. Por lo tanto, en caso de enredo, ya puedes comenzar a desenmarañar este lío emocional.
Ya puedes empezar a diferenciar qué es lo tuyo y lo qué es de tu hijo.
Ya estás mas preparada para colocarte en tu lugar como madre, con tu “YO ADULTO” preparada para conectar con el sentir de tu hijo.
Ya puedes escuchar el relato de la misma situación del parque, pero ahora desde la versión de tu hijo, que la relata a su manera. Lo contaría algo así:
“Estaba jugando muy a gusto con mi amigo, cuando algo pasó, no sé muy bien lo qué, pero me hizo sentir mal, fatal. No sabía qué era exactamente y menos cómo decírselo de otra manera que no fuera con mi mano, dando un golpe para pararlo y para decirle que no estoy bien. Sólo sé que cada vez me siento peor. Veo que he empeorado la situación. Mi amigo no me entiende lo que le quería decir. Me rechaza. Y si encima esto fuera poco, veo que mi madre también. No encuentro en ella ni comprensión, ni apoyo, ni contención, ni ayuda. Sólo me dice que no haga lo único que sé hacer para cuidarme (expresar) y limitar ante algo que no me gustaba y es hablar con la mano. Sí, creo que me ha salido fuerte, pero tampoco sé cómo suavizarla.
Los mensajes de “no pegues”, no me ayudan a aliviar lo que siento por dentro, que no sé ni qué es (tristeza, impotencia, incomprensión, etc.) y lejos de aliviar, siento que empeora al hacerse un gran bolo gordo y duro dentro de mí que me oprime hasta el pecho.
Sigo escuchando el “no pegues” una y otra vez sin saber qué más hacer. Ahora el bolo está subiendo de temperatura. Empieza a calentarme por dentro, como un fuego que se aviva y no sé como apagarlo (enfado y rabia).
Quiero parar esto, pero me siento sólo, abandonado y rechazado por todos. Lo de mi amigo me ha dolido, pero lo que veo en mi madre me duele mucho más. Me siento peor con su mirada fría y distante.Ya apenas me habla, y lo poco que me dice, me hace sentir más solo y más lejos de ella. No me he portado bien. Soy malo y no sé jugar con los demás.
Y cuando llegó la noche, por fin logré dormir. Me costó. Desde mi soledad, la noche era todavía más oscura y me daba más miedo que antes.
Estaba agotado y conseguí dormir. De nuevo sale el sol.
Parece que siento todavía restos del malestar. Lo siento como un bolo, quizás algo más pequeño que ayer, pero sigue ahí, en la boca de mi estómago. Ahora por lo menos no está tan caliente y eso algo me consuela, aunque no del todo, porque tengo miedo de que crezca otra vez.
No, no quiero vivirlo otra vez y menos ahora que mi madre por fin comienza a ser algo más parecida a lo de antes. No, quieto bolo. Necesito recuperar el amor de mi madre, que me vuelva a querer, que me lo diga con esos abrazos que tan bien me hacen sentir.
Quizás si no juego con mi amigo… huy pero lo vuelvo a ver. Y no lo puedo evitar. Además, tiene un juguete nuevo que me ha encantado. Se lo cojo, me lo quita, le pego….y de nuevo el nudo gordo comienza a crecer”.
¿Cómo lo ves ahora? ¿Sientes que habrías actuado de la misma manera?
Yo sé que, aunque sea un pequeño pasito, ya no estás en el mismo lugar que antes.
ANTES estabas enredado con el enfado de tu hijo. Desde ahí, son dos enfados luchando en defensa propia. Tu mirada está dirigida hacia el otro, el cual es de culpable. Sólo piensas vencerlo y crees que puedes hacer subiendo su nivel. Pero es una furia descontrolada y arrolladora que puede herir a tí y a tu hijo.
Desde ahí, te salen los pensamientos que se traducen en frases parecidas a: “Párate ya hijo, que me estás cabreando” En vez de poder mirarte lo que te está enfadando la conducta de tu hijo: “me estoy enfadando al verte pegar a otro niño”.
Por lo tanto, esta forma de mirar el enfado, no le protege a tu hijo, que te necesita más que nunca. No sois enemigos, ni dos niños peleando. Tu eres su madre, y él tu hijo que necesita sentir tu amor desde la contención y tu sostén emocional de todo el jaleo que tiene.
AHORA, como aliada de tu propio pulpo y retirada las patas de tus ojos, puedes mirarte a tí y a tu hijo de forma separada. Te empiezas a conocer más a tí misma y comienzas a conectar con tu sentir sin cortar ninguna cabeza externa. Una vez que esto puedes hacer, te puedes responsabilizar de tus asuntos y puedes conectar con tu hijo y responder ante sus necesidades.
Hasta ahora, había mucha mezcla de este «YO ADULTO», con “YO NIÑA”.
Si sale tu niña, es desde el dolor tuyo sin sanar. Y si coges las riendas desde ahí, no estás preparada para lograr ese nivel de experta domesticadora de pulpos, porque además de que las heridas te limitan, las posibilidades de una niña frente a un adulto, son muy diferentes. Tu hijo te necesita como adulta.
Sólo desde tu lugar adulta, podrás limitar con firmeza y amor, conectando con sus necesidades, sostenerlas y contener todo ese lío emocional que tiene tu hijo.
Así que comencemos a separar lo que le compete a cada uno. Cada uno a sus asuntos. Tu pulpo es tuyo, y tu nivel de experta domesticadora, te ayudará a poner en práctica muchos conocimientos que le puedes aportar a tu hijo, eso sí, no de cualquier manera.
Puedes quitárselo tú como madre, o acompañarle y guiarle para que desarrolle y utilice las distintas técnicas que has aprendido.
¿Cuál le convertirá a tu hijo en experto competente en un futuro? ¿Qué opción le ofrecerá más posibilidades para estar más a gusto consigo mismo y con los demás?
Este y más asuntos te esperarán en posteriores artículos.
Nos podemos pasar toda la vida combatiendo pulpos como enemigos o como aliados. Sólo tú lo eliges.
Yo ya sé qué elección me lleva a mi bienestar y a mi lugar como madre que se responsabiliza de las necesidades de mis hijos. Si te ha gustado este artículo, puedes hacer tres cosas:
- Compartirlo con las amistades y redes sociales,
- Ponerlo en práctica
- Escribir un comentario contando tu experiencia.
Te puede interesar
- Pasos para resolver un conflicto en niños
- La importancia de la comunicación entre padres e hijos
- Mi hijo me pega
- Orientación familiar Pamplona
Si necesitas más ayuda puedes contactar conmigo. O tal vez quieras consultar los servicios que ofrezco. Puede que estés en una asociación y creas que puedo aportar en ella con una conferencia. ¿Quieres contar conmigo como ponente?